BLOQUE IV – La Inspección
Cuando Garruchio volvió a tierra, lo hizo como un verdadero experto.
- ¿Vos sabías volar ultralivianos? – preguntó Zagardúa
- No… ¡fue de ojete peludo nomás! - exclamó Garruchio
Rataflatti miraba el invento. Aquel artefacto lo llenaba de emoción. Habría que hacerle mejoras, como afinar el sistema de dirección, y pegarle calcomanías de Oakley, claro. Pero volaba. Como un tren cuando se desliza sobre las vías, como un buque en el mar, como una vieja sobre cáscara de banana, el avión se deslizaba suave por el aire y cumplía su objetivo primordial: volaba.
Trabajaron en la aeronave durante toda la semana, para volver a hacer las pruebas de autonomía y resistencia. Hasta el jueves a la tarde, que apareció un personaje extraño en el taller de Garruchio...
- Buenas tardes
- ¿En que lo puedo ayudar? – Dijo Garruchio.
- Estoy buscando una aeronave que, según me comentaron los vecinos…
- (Viejos hijos de puta…) ¿Aeronave dice usted? - Dijo Garruchio intentando cubrir con su cuerpo el enorme artefacto en el centro del taller.
- Si. Soy inspector de la fuerza aérea, Leopoldo Angulo.
- (¡Lavate el culo!…) Encantado, soy el Ingeniero Garruchio.
Estrecharon sus manos mientras el inspector miraba a Zagardúa.
- Un gusto… soy el Alférez Zagardúa
- Alférez... - dijo el inspector dandole la mano.
- Alférez... - dijo el inspector dandole la mano.
- Señor inspector… soy Rataflatti, el Ingeniero aeronaval.
- Aha... veo que todos son cómicos…. – dijo Angulo secamente.
- Somos gente de la fuerza – dijo estúpidamente Zagardúa.
- Entonces, alférez Sacachispa, usted sabrá contestarme cual es el límite de resistencia del aluminio al viento en condiciones adversas de presión atmosférica y corrientes afluentes, o también, cuantos grados esta permitido a una aeronave comercial desplazarse de la ruta trazada por el VOR, o como volar a ciegas guiandose unicamente por el radiofaro de la...
- Aha... veo que todos son cómicos…. – dijo Angulo secamente.
- Somos gente de la fuerza – dijo estúpidamente Zagardúa.
- Entonces, alférez Sacachispa, usted sabrá contestarme cual es el límite de resistencia del aluminio al viento en condiciones adversas de presión atmosférica y corrientes afluentes, o también, cuantos grados esta permitido a una aeronave comercial desplazarse de la ruta trazada por el VOR, o como volar a ciegas guiandose unicamente por el radiofaro de la...
- Ehhhm…
- Veamos esa aeronave… - suspiró Angulo.
Luego de una inspección minuciosa y cara de pocos amigos, Angulo concluyó su informe.
- Tengo que reconocerles, que está bastante bien hecha... pero...
- Señor Angulo – dijo Rataflatti – nuestra intención era armar un ultraliviano recreativo.
- En ese caso, deberían haber pedido un permiso provisorio y el consejo de alguien que estuviera en el tema… y estos temas a mi me apasionan.
- Señor Angulo – dijo Rataflatti – nuestra intención era armar un ultraliviano recreativo.
- En ese caso, deberían haber pedido un permiso provisorio y el consejo de alguien que estuviera en el tema… y estos temas a mi me apasionan.
- Entonces, ¿Vamos a ir presos? – preguntó Zagardúa
- Señor Garruchio - dijo pesadamente Angulo - realmente usted se ha rodeado de boludos.
- Mire señor… la idea del avión fue de ellos....
- ¡Oh!... ¡entonces, cada tanto piensan!
- Y vuela señor… vuela como un puto pájaro - cerró Garruchio.
Los cuatro, encerrados en el taller, se dedicaron a ultimar detalles de la aeronave hasta bien entrada la noche.
Aquella misma noche, en el barrio, alguien cegado por la venganza, rompió los canastos de basura de todos los vecinos, e hizo estallar botellas de vidrio contra el frente de las casas aledañas al taller.
- Mire señor… la idea del avión fue de ellos....
- ¡Oh!... ¡entonces, cada tanto piensan!
- Y vuela señor… vuela como un puto pájaro - cerró Garruchio.
Los cuatro, encerrados en el taller, se dedicaron a ultimar detalles de la aeronave hasta bien entrada la noche.
Aquella misma noche, en el barrio, alguien cegado por la venganza, rompió los canastos de basura de todos los vecinos, e hizo estallar botellas de vidrio contra el frente de las casas aledañas al taller.
Bloque V – El vuelo de Icaro
Luego de incansables pruebas en tierra, y de contar con un permiso provisorio (y cómplice) de navegación de parte del inspector Angulo, llegó el día en que Rataflatti, Zagardúa y Garruchio, se fueron a una zona despoblada para hacerse al manejo del artefacto. Llevaron varios bidones de nafta para surtir el enorme tanque de aluminio que le habían adosado a la parte inferior. Literalmente, el piso del ultraliviano era un gran tanque de nafta, con el peligro que esto conllevaba.
Se pasaron todo el fin de semana haciendo vuelos cortos, bajos, altos, largos. Pruebas de velocidad de plegado y desplegado, de aterrizajes suaves y también apurados, calculando velocidades y tiempos de los semáforos de avenida Maipú.
Rataflatti parecía haber nacido para el aire. Zagardúa casi se estrella contra un molino, Garruchio casi se congeló por volar a máxima velocidad y a más de doscientos metros del suelo. Pero los tres adquirieron experiencia, e hicieron todas las pruebas y mediciones necesarias.
- Esto es increíble – dijo Rataflatti, emocionado aun por el vuelo.
- Podemos empezar a fabricarlos a pedido – dijo Garruchio.
- Hasta podemos hacerlos de dos plazas… - soñaba Zagardúa.
Plegaron la aeronave, y se aprestaron a subirla a la camioneta de Garruchio, junto a los bidones de nafta vacíos. Estaban aproximadamente a ciento veinte kilómetros del taller.
- ¿Y si yo… - arrancó Rataflatti
- Vos lo querés llevar volando desde acá… - le adivinó Garruchio
- … Es que pensaba…
- ¡Pero si se te ve en la cara Rata!... ¡Dale!¡Llenale el tanque!
Se pasaron todo el fin de semana haciendo vuelos cortos, bajos, altos, largos. Pruebas de velocidad de plegado y desplegado, de aterrizajes suaves y también apurados, calculando velocidades y tiempos de los semáforos de avenida Maipú.
Rataflatti parecía haber nacido para el aire. Zagardúa casi se estrella contra un molino, Garruchio casi se congeló por volar a máxima velocidad y a más de doscientos metros del suelo. Pero los tres adquirieron experiencia, e hicieron todas las pruebas y mediciones necesarias.
- Esto es increíble – dijo Rataflatti, emocionado aun por el vuelo.
- Podemos empezar a fabricarlos a pedido – dijo Garruchio.
- Hasta podemos hacerlos de dos plazas… - soñaba Zagardúa.
Plegaron la aeronave, y se aprestaron a subirla a la camioneta de Garruchio, junto a los bidones de nafta vacíos. Estaban aproximadamente a ciento veinte kilómetros del taller.
- ¿Y si yo… - arrancó Rataflatti
- Vos lo querés llevar volando desde acá… - le adivinó Garruchio
- … Es que pensaba…
- ¡Pero si se te ve en la cara Rata!... ¡Dale!¡Llenale el tanque!
Rataflatti bombeó nafta hasta llenar aquel piso doble. Luego, se sentó y se puso el gorro de cuero y las antiparras que le habían pedido al viejo Barletta, aquel vecino que ellos suponían un nazi escapado, y que tenía todo el aspecto de haberlo servido a Mussolini. Parecía un aviador de la primera guerra mundial.
Se despidió de Garruchio y Zagardúa con el pulgar levantado y el motor a toda furia. En cuestión de metros levantó vuelo, y puso rumbo al noreste.
Durante cuarenta minutos, Rataflatti voló esquivando torres de alta tensión y navegando los vientos frontales y de costado, como un verdadero profesional.
Llegando al destino, Rataflatti empezó a razonar, que iba a tener que aterrizar en zona poblada. Y se le empezaron a llenar todos los rincones de preguntas.
Sobrevolando el hipermercado, consideró la playa de estacionamiento desierta como una posible pista, pero la descartó porque esta estaba sobrepoblada de arbolitos y topes de cemento.
Consideró entonces, el playón desierto del ferrocarril. Demasiada basura y además, las vías abandonadas, que serían desastrosas.
La pista de Rataflatti no aparecía y el indicador de combustible ya estaba queriendo marcar el “vacío”.
Apuntó entonces a la avenida cercana a su casa. Fue descendiendo, tenso, nervioso. Transpiraba como esquimal en el caribe. La avenida se iba ensanchando en perspectiva mientras bajaba, y Rataflatti apretaba el culo como nunca. El motor venía regulando, y de pronto, hizo una convulsión y se detuvo. No había más combustible.
- Soy muerto – pensó el émulo de Jorge Newbery.
A golpes de muñeca, estabilizando el peso del aparato que venía planeando a fuerza de lona y músculo, lo fue enderezando, y encaró al cruce de las avenidas La Plata y Rodríguez Peña.
Ante el asombro de todos los transeúntes, Rataflatti bajó el avión a cuarenta metros de la intersección, con rumbo a Caseros.
- Si llega a venir el 123, me deja peor que al “violín”*
Afortunadamente nadie venía doblando por Asamblea, y Rataflatti pudo frenar el avión en menos de cincuenta metros, se bajó, lo empujó contra la vereda, y lo plegó en segundos.
Cuando terminó, se hincó y besó la mugrienta vereda de la gomería de la esquina.
Empujandolo, entró el ultraliviano a la estación de servicio que estaba enfrente.
- Ponele veinte de súper – dijo Rataflatti
- Hace por lo menos cinco años que no tenemos nafta, pibe.
- Bueno, entonces lo guardo en una cochera.
- Son siete australes por día.
Garruchio y Zagardúa llegaron una hora después. Al verlo a Rataflatti en la puerta del taller, estallaron en carcajadas y alaridos dignos de un naufrago que vuelve a su casa.
La pista de Rataflatti no aparecía y el indicador de combustible ya estaba queriendo marcar el “vacío”.
Apuntó entonces a la avenida cercana a su casa. Fue descendiendo, tenso, nervioso. Transpiraba como esquimal en el caribe. La avenida se iba ensanchando en perspectiva mientras bajaba, y Rataflatti apretaba el culo como nunca. El motor venía regulando, y de pronto, hizo una convulsión y se detuvo. No había más combustible.
- Soy muerto – pensó el émulo de Jorge Newbery.
A golpes de muñeca, estabilizando el peso del aparato que venía planeando a fuerza de lona y músculo, lo fue enderezando, y encaró al cruce de las avenidas La Plata y Rodríguez Peña.
Ante el asombro de todos los transeúntes, Rataflatti bajó el avión a cuarenta metros de la intersección, con rumbo a Caseros.
- Si llega a venir el 123, me deja peor que al “violín”*
Afortunadamente nadie venía doblando por Asamblea, y Rataflatti pudo frenar el avión en menos de cincuenta metros, se bajó, lo empujó contra la vereda, y lo plegó en segundos.
Cuando terminó, se hincó y besó la mugrienta vereda de la gomería de la esquina.
Empujandolo, entró el ultraliviano a la estación de servicio que estaba enfrente.
- Ponele veinte de súper – dijo Rataflatti
- Hace por lo menos cinco años que no tenemos nafta, pibe.
- Bueno, entonces lo guardo en una cochera.
- Son siete australes por día.
Garruchio y Zagardúa llegaron una hora después. Al verlo a Rataflatti en la puerta del taller, estallaron en carcajadas y alaridos dignos de un naufrago que vuelve a su casa.
BLOQUE VI – Las Consecuencias
Aquel lunes, Rataflatti se levantó como de costumbre, pero en lugar de ir a la parada del colectivo, se fue derecho a la estación de servicio con un bidón de quince litros de nafta.
- Lo de la nafta va a ser todo un problema – pensó.
Esperó el verde del semáforo, y apenas terminó de pasar el ultimo vehículo, acomodó la aeronave con el motor andando, en el medio de la avenida. Desplegó las alas, se sentó, y le dió sin asco al acelerador.
A pocos metros antes de llegar al cruce de avenidas, empezó a levantar vuelo, directo al tendido electrico, y el cableado aéreo de teléfono y videocable. Con bastante habilidad, pudo sortear el obstáculo.
Decidido, empezó a elevarse ante la mirada atónita de los viejitos que habían salido a comprar el pan.
Sobrevoló entonces la iglesia, las vías del Urquiza, y el cementerio de San Martín. Cuando paso por el centro de Ballester, se dió cuenta de lo grande que era aquella zona comercial. Cosa que no había pensado en sus interminables viajes matinales en el tedioso colectivo de la linea 343.
Sobrevoló entonces la iglesia, las vías del Urquiza, y el cementerio de San Martín. Cuando paso por el centro de Ballester, se dió cuenta de lo grande que era aquella zona comercial. Cosa que no había pensado en sus interminables viajes matinales en el tedioso colectivo de la linea 343.
Los autos y la gente esperando en las paradas y estaciones, le parecían tan ridículos ahora, que soltó una carcajada. A lo lejos, se veían los edificios de la capital, y hacia el norte la zona descampada de la ruta 8.
El vuelo era placentero, suave, rápido. Sobrevoló Villa Adelina hasta llegar a la Panamericana, donde está la fabrica de paty, y ahí, timoneó un poco mas al norte, sobrevolando la colectora.
- El tema va a ser encontrarle cochera a esto por acá – reflexionó.
En menos de cinco minutos estuvo en la zona crítica, y tenía que empezar a buscarle pista a aquel artefacto. Avenida Maipú, a esa hora, como estaba cargada, iba a ser imposible. De pronto, se acordó de la avenida Thames, al costado del hipódromo de San Isidro.
- ¡Es ideal! - dijo, y para allá puso rumbo.
Aprovechó un corte de semáforo para aterrizar por la mano que se aleja de la avenida Maipú.
- El tema va a ser encontrarle cochera a esto por acá – reflexionó.
En menos de cinco minutos estuvo en la zona crítica, y tenía que empezar a buscarle pista a aquel artefacto. Avenida Maipú, a esa hora, como estaba cargada, iba a ser imposible. De pronto, se acordó de la avenida Thames, al costado del hipódromo de San Isidro.
- ¡Es ideal! - dijo, y para allá puso rumbo.
Aprovechó un corte de semáforo para aterrizar por la mano que se aleja de la avenida Maipú.
Cuando hubo iniciado el descenso en un tramo despejado de asfalto, de golpe, dobló un taxi, un Peugeot 504, a toda velocidad, que quedó justo detrás de el en el momento de tocar tierra, o asfalto, mejor dicho.
El taxi maniobró, volantazo, chirrido de cubiertas, frenada, y acelerada. Le pasa por el costado izquierdo puteandolo, mientras Rataflatti pierde el control del aparato, que se desvía hacia la derecha. Alcanzó a saltar antes del estrellarse contra el poste de alumbrado público.
- ¡Pero y eso que mierda es! – gritaba el taxista furioso, que se había detenido sobre el carril de la izquierda, se había bajado y había dejado la puerta de conductor abierta. Un camionero que venía mirando lo que había sido alguna vez un ultraliviano y a Rataflatti desparramado, se la arrancó completa, indignando mas aún al taxista.
El taxi maniobró, volantazo, chirrido de cubiertas, frenada, y acelerada. Le pasa por el costado izquierdo puteandolo, mientras Rataflatti pierde el control del aparato, que se desvía hacia la derecha. Alcanzó a saltar antes del estrellarse contra el poste de alumbrado público.
- ¡Pero y eso que mierda es! – gritaba el taxista furioso, que se había detenido sobre el carril de la izquierda, se había bajado y había dejado la puerta de conductor abierta. Un camionero que venía mirando lo que había sido alguna vez un ultraliviano y a Rataflatti desparramado, se la arrancó completa, indignando mas aún al taxista.
Rataflatti, contra el alambrado, las antiparras torcidas, atontado aun por la rodada, miraba la discusión de los obreros del volante como en un entresueño.
Llegó el patrullero, y se cercioraron primero de que no hubiera heridos. Acto siguiente, procedieron a la detención del inadaptado volador.
Llegó el patrullero, y se cercioraron primero de que no hubiera heridos. Acto siguiente, procedieron a la detención del inadaptado volador.
Explicó ante el comisario y el auxiliar toda la historia de la aeronave. Dos veces.
- Entonces… dijo el comisario pesadamente – usted venía volando.
- En dirección a la panamericana...
- Aha… y… digo yo… ¿Por qué?
- Porque no había autos…
- No, no… digo... ¿Por qué venía volando? ¿No sabe que hay colectivos?
- Si… pero quería llegar temprano al trabajo
- ¡Ah! ¡Ahora entiendo! ¡Se levantó tarde y salió “volando” al trabajo! - dijo el comisario conteniendo la risa.
- En dirección a la panamericana...
- Aha… y… digo yo… ¿Por qué?
- Porque no había autos…
- No, no… digo... ¿Por qué venía volando? ¿No sabe que hay colectivos?
- Si… pero quería llegar temprano al trabajo
- ¡Ah! ¡Ahora entiendo! ¡Se levantó tarde y salió “volando” al trabajo! - dijo el comisario conteniendo la risa.
- Bueno...
El comisario se levantó del escritorio, lo miró fijo, y dirigiéndose al oficial ayudante dijo:
- Ya vengo...
La carcajada resonó en todo el precinto. Se escuchaban murmullos, y nuevas carcajadas, esta vez, multitudinarias. Nuevos murmullos, y las carcajadas se multiplicaban y renovaban.
Rataflatti llegó a escuchar la frase “El rey de los cielos”.
Pasó el mediodía esperando en una sala en la comisaría. De pronto, ingresa el comisario con dos personas mas.
- Bueno... tenés suerte pibe… te vas.
- “Deja Vú” – Pensó Rataflatti.
Sacaron a Rataflatti con chaleco de fuerza, y lo subieron a la ambulancia que lo trasladaría al Borda.
Cuando llego, salió el director a recibirlo.
- Bienvenido - dijo el hombre de pelo blanco con cara siniestra, y frotándose las manos
- Ya vengo...
La carcajada resonó en todo el precinto. Se escuchaban murmullos, y nuevas carcajadas, esta vez, multitudinarias. Nuevos murmullos, y las carcajadas se multiplicaban y renovaban.
Rataflatti llegó a escuchar la frase “El rey de los cielos”.
Pasó el mediodía esperando en una sala en la comisaría. De pronto, ingresa el comisario con dos personas mas.
- Bueno... tenés suerte pibe… te vas.
- “Deja Vú” – Pensó Rataflatti.
Sacaron a Rataflatti con chaleco de fuerza, y lo subieron a la ambulancia que lo trasladaría al Borda.
Cuando llego, salió el director a recibirlo.
- Bienvenido - dijo el hombre de pelo blanco con cara siniestra, y frotándose las manos
-...
- Así que usted es un científico...
- “Deja Vú” – pensó Rataflatti.
- Bueno señor... vamos para adentro, que tenemos mucho por hacer.
- ¿Puedo hacer una llamada antes?
- Por supuesto.
Rataflatti discó el número telefónico de su amigo Zagardúa.
- ¿Hola?
- Señora Zagardúa, habla Rataflatti… ¿está su hijo?
- Ya te lo llamo.
-…
-¿Y boludo? ¿Como te fué? - preguntó Zagardúa
- El avión voló increíble… pero yo estoy en el Borda.
- ¿En el Borda? ¿Y para que carajos te fuiste tan lejos pelotudo?
- Traeme puchos, Zaga… porque me parece que voy a estar un buen tiempo.
- Vos no fumás…
- No importa. Lo que más tengo, es tiempo para empezar.
- “Deja Vú” – pensó Rataflatti.
- Bueno señor... vamos para adentro, que tenemos mucho por hacer.
- ¿Puedo hacer una llamada antes?
- Por supuesto.
Rataflatti discó el número telefónico de su amigo Zagardúa.
- ¿Hola?
- Señora Zagardúa, habla Rataflatti… ¿está su hijo?
- Ya te lo llamo.
-…
-¿Y boludo? ¿Como te fué? - preguntó Zagardúa
- El avión voló increíble… pero yo estoy en el Borda.
- ¿En el Borda? ¿Y para que carajos te fuiste tan lejos pelotudo?
- Traeme puchos, Zaga… porque me parece que voy a estar un buen tiempo.
- Vos no fumás…
- No importa. Lo que más tengo, es tiempo para empezar.
-------- FIN --------
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*Violín: Conocido personaje de la zona de Santos Lugares/Caseros, que circulaba en bicicleta con caja adelante (tipo heladero) y que le faltaban unos cuantos caracoles en la playa del mate. Dicese que había chocado contra el colectivo 123, y había quedado en la condición anteriormente mencionada. Su vida transcurría en un bar, situado sobre una calle recorrida por la linea de colectivos antes mencionada. Fanático de Chacarita Juniors. Odiaba al rojo colectivo 123, y cada vez que podía, embestía al mismo con su bicicleta.
5 comentarios:
Volaron! Y valió la pena.
Si el merchandising de la serie incluye remeras con "El rey de los cielos", quiero una.
Besos
Gatito...me encantó. Casi que te hacen creer que todo es posible, no?
alias viola, autor de la celebre frase: que pasa? con una francesa en la mano que aflojo un semaforo.
saludos
Ceci: ¡Claro que valió la pena!. Nunca escuché la frase "El arrepentimiento de Icaro". A veces, la muerte tiene un precio razonable.
Laura: TODO es posible. Si mentalmente decimos "es posible", el 99% del camino ya está hecho.
Anonimo: Esquina de Nas Kot, salida de los equipos de Gioia. "¿ayudo?" decía el viola... Que tiempos aquellos.
gato esta serie es espectacular!
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